Toqué el timbre muchas veces.
Después de los novecientos doce llamados perdí la cuenta.
No había piedritas en la vereda y no conseguí nada liviano con qué golpearte la ventana.
Pero me quedaba una hoja de papel y ese lápiz que me regalaron al que le sacás punta todo lo que quieras que total no se gasta nunca. Y te escribí una nota que dejé debajo de la puerta.
Me voy porque si bien hace calor, está lloviendo demasiado y ya me mojé lo suficiente, y además quiero llegar temprano a casa.
Ahora que lo pienso, no me acuerdo en qué idioma escribí la nota, pero estoy seguro que en algún momento me vas a entender. Si en ese momento todavía ando medio cerca, me vuelvo y hacemos unos mates.
Un rato.
Al menos.

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